Hay gente a la que no le gusta Queen. Este incontestable hecho, que me apena y casi
me aterra, es la prueba de oro para ver cómo Bohemian Rhapsody, la película, aguanta el
tirón ante espectadores exigentes. Quien vaya a una sala de cine -en otro formato
tampoco tiene mucho sentido- a tratar de disfrutar de la aventura de estos cuatro tipos, sin
ser aficionados a su música, y salga con una sonrisa tarareando alguna de sus canciones,
es quien va a valorar con objetividad el asunto. Si eso ocurre, objetivo cumplido. Porque
si esta película es entretenida, divertida y emocionante, es por el propio grupo
protagonista, y no tanto por la habilidad del equipo que la plasma en imágenes, meros
artesanos de un producto discutido y peleado durante años.
De hecho, de Bryan Singer, un director interesante con una joya en su curriculum, que
dirige con Dexter Fletcher esta película, no se habla casi nada. Y hacen un buen trabajo.
Sin ser muy virtuosos, cumplen los objetivos necesarios, con oficio y ganas. Pero quizás
la película peca de ser poco atrevida en cuanto a los conflictos. Queda muy patente que
evitan todo lo que pueden las peleas internas, o asuntos graves, salvo los evidentes y
muy publicados sobre su estrella Freddie Mercury. Aquí no se mojan, vaya. Pasan por
alto las miserias humanas donde a otros cineastas les gusta tanto entretenerse.
Sospecho que ese respeto excesivo no existiría de haber estado muertos todos los
miembros de la banda. Les sale, por tanto, una película muy blanca, a pesar de los
episodios donde evidencian a un Mercury con traumas y dudas, vicioso y contradictorio.
Pero, a pesar de ser un biopic al uso y poco arriesgado, tiene momentos memorables.
Por ejemplo, la salida del protagonista de la consulta donde le han confirmado que tiene
SIDA. Ese pasillo que recorre Mercury, dignificando la postura, donde otro paciente le
reconoce, ofrece uno de los grandes momentos de la película. Y qué decir del tramo final,
con el concierto del Live Aid de 1985, reproducido de una forma tan fidedigna que parece
que puedas vivir ese hermoso acontecimiento con ellos mismos. Es increíble cómo se
disfruta, gracias a los propios Queen, y a la labor de los artistas y los técnicos de la
película, de este gran concierto. Realmente, si no te divierte ni te emociona, debes estar muerto.
Respecto a la parte técnica, y aunque alguna integración de chroma resulta algo fallida
para ojos educados, destacar la labor sonora, como no podía ser de otra forma. De
nuevo, esencial escuchar la película en un lugar adecuado. Porque es de lucimiento ese
diseño de sonido, que mezcla las voces y notas originales, con aportaciones propias, el
ruido del público y toda la ambientación. Sobresaliente.
Y aquí sí nos centramos ya (lo mejor para el final, claro) en sus actores protagonistas,
muy adecuados para sus respectivos roles, y más concretamente en Rami Malek, que
interpreta a Freddie Mercury. Sin su gran trabajo -el de los cuatro-, la película podría
rozar lo insoportable. Pero claro, aquí Malek se juega el futuro de su carrera aceptando
interpretar al mejor cantante de rock de todos los tiempos, y sin duda el más carismático,
junto a David Bowie y Robert Plant. Se esperaba mucho de ese regalo y esa
responsabilidad, naturalmente. Y su interpretación se ha mirado, como debe ser, con
lupa. Es justo lo que destaca a los biopics así: la exigencia fuera de lo común que se le
impone al intérprete, que de otro modo no se daría. Le gente quiere ver a Freddie
Mercury en esta película, como le querían ver en los conciertos reales de Queen. Y lo
consiguen. Porque Malek pide un Oscar a gritos, bordando un papel evidente pero difícil.
Asume con energía arrolladora y enorme responsabilidad el papel asignado, y hace los
deberes perfectamente. No se limita a imitar perfectamente al cantante, si no que abarca
un arco de personaje donde introduce una cosecha propia muy acertada. El aplicado
actor disfruta y nos hace disfrutar, mimetizándose sin problemas. Cumple de sobras, y se
le agradece. Porque no se le perdonaría que no lo hiciera. Como ocurrió antes con el Jim
Morrison de Val Kilmer, o el Camarón de Oscar Jaenada, que estuvieron perfectos. No
puedo dejar de preguntarme, sin embargo, qué habría hecho el bueno de Sacha Baron
Cohen en su lugar; un actor que, de entrada, me parecía mucho más adecuado y atractivo
que Malek.
Pero, sobre todo, Bohemian Rhapsody me parece un homenaje al rock en sí mismo,
como modo de vida, manera de soñar, y forma de morir. Porque el rock tiene alma, y aquí
tratan de rescatarla, más allá de la extraordinaria personalidad y voz de Freddie Mercury.
Porque un rockero echará literalmente el hígado por la boca, pero no se retirará. Seguirá
en el escenario, dando lo mejor de sí. Algo que no ocurre tan fácilmente en otros ámbitos.
La mentalidad del rockero es terca, apasionada y gamberra. No abandona a la primera.
Esta película habla de eso, y de la admirable lucidez con la que un gran artista puede
afrontar su destino ya sellado. En ese sentido, el auténtico Freddie Mercury fue ejemplar.
Y la forma que tuvo de ir despidiéndose, canción a canción, disco a disco y concierto a
concierto, fue de una coherencia y calidad sublime. Pocas veces el arte musical ha
ofrecido algo así. Y, en este sentido, tampoco es casual que otro de los grandes ejemplos
haya sido David Bowie, cuya presencia se echa de menos en la película, al sonar Under
Pressure.
Bohemian Rhapsody habla de eso. Y lo hace con un cariño y un respeto admirable. Al fin
y al cabo, siempre, The Show must go on.
Por Cristian Genovés.
Gran crítica, no he tenido el placer aún de ver esta película pero este viernes voy a ello, ya tenía espectativas con esta obra pero después de esta crítica mi exigencia a crecido exponencialmente.