Me he topado, consecutivamente y por casualidad, con dos películas “españolas”
bien distintas. Y las dos películas las dirigen mujeres. Naturalmente, jamás haría esta
estúpida e innecesaria distinción de sexos. Sin embargo a menudo se empuja justo en
esta dirección. Y ambas directoras pueden ser abanderadas de la causa. De hecho, en
parte lo que mueve los comentarios que voy a plasmar a continuación responden en
cierta medida a esta diferenciación que algunos se empeñan en defender. Por tanto,
quedará justificada mi aparente torpeza varias lineas más abajo.
La primera película es La librería, que dirige Isabel Coixet. Una película que
estoy seguro se benefició de ese aura de lo políticamente correcto, que trata de
compensar los pocos premios “mayores” que se llevan las mujeres. En un momento,
por cierto, donde aún llegaba la sombra alargada de no premiar la magnífica película de
Paula Ortiz, La novia, muchísimo mejor película que Truman, que le arrebató ese
prestigio dos años antes. Es habitual, por otro lado, que en ciertos premios se trate de
compensar cagadas anteriores. Ignoro si alguno de los académicos que votaron por la
película de Coixet pensaron en eso, pero no me extrañaría un ápice que hubiera sido así.
Y se equivocaban otorgándole, de nuevo, ese prestigio tan honorable, a la
directora barcelonesa. Porque La librería es una película tan de manual, que no aporta,
y que abraza la pedantería con una naturalidad que da vergüenza ajena. Es correcta
hasta el horror. Es decir, arriesga tan poco, sigue patrones tan reconocibles, y está todo
tan aparentemente medido, que aburre. Para qué nos vamos a engañar ni a disimular:
La librería es un insoportable pestiño, propio de modernos gafapastas. Porque lo que
pretende ser precisión cinematográfica es una burda exhibición de supuesta sabiduría,
hecha a trozos de recortes de catálogo. Es como si pretendiera hacer gran literatura
reuniendo frases de azucarillos. Expone un falso bagaje cultural, que entristece. Y no
es que le niegue buen gusto, que lo tiene, a la famosa realizadora. Ni buenas
intenciones. Pero está claro que no es suficiente. Y menos para una artista de las que se
esperan otros resultados más coherentes. Aunque no es coherencia la palabra adecuada.
En contraposición, me topé con una deliciosa, sincera, eficiente, inteligente y
hermosa propuesta, que camina al margen de estupideces y torpezas habituales: Viaje al
cuarto de una madre, que firma Celia Rico, dotada de una sensibilidad que ya quisieran
muchísimos veteranos. Su mirada cercana, íntima, que casi parece susurrarte al oído, es
de una lucidez que desmonta. Con esta película, Rico pasa al largometraje con una
entereza y unos ovarios, que para sí querría la Coixet. Aunque sea feo comparar
directoras tan distintas, aunque jueguen en ligas muy diferentes, hoy quiero hablar
precisamente de lo inevitable que puede ser comparar a artistas que son
contemporáneas. Aquí, el azar me ha llevado a ver estas dos piezas con muy poco
espacio entre ellas. Y no he podido ni querido evitar en pensar “qué diferencia”.
Por tanto, de qué intento hablar y cuál es la palabra adecuada. Sin duda, la
palabra adecuada es: honestidad. Porque, ¿es tan mala La librería? Dado su
formalismo narrativo, sus interpretaciones (a destacar Bill Nighy, que siempre está
bien), y su puesta en escena, no, no lo es. ¿Por qué pierde, entonces, mi masturbatorio
duelo contra Viaje al cuarto de una madre? Por su falta de honestidad, frente a la
maravillosa película de Celia Rico. La librería se empeña, demasiado, en querer gustar,
en parecer más que en ser; en demostrar, más que en contar una simple historia. Quiere
marcar la diferencia, quiere ser elegante, quiere lucir recursos, pero acaba cayendo en
un discurso vacío, insulso, típico y manido. Es pretenciosa, y se desinfla como un
globo.
Sin embargo, Viaje al cuarto de una madre derrocha sutileza, buen gusto, y
sobre todo eso, honestidad. Quizás no cuenta nada nuevo, pero con qué gusto lo cuenta.
Y qué actrices. Qué maravilloso trabajo hacen Lola Dueñas (nuestra madre
mediterránea, la de todos) y Anna Castillo. Y Pedro Casablanc, perfecto. Cómo
presenta los personajes, ¡cómo mueve las escenas!. Con qué cariño nos acerca a esas
mujeres sufridoras. Porque Celia Rico es una cineasta –no una directora de cine, no una
simple artesana- que nos deja noqueados por lo aparentemente sencillo que lo hace.
Con una madurez impropia para su juventud. Isabel Coixet pretende hacer una película
bonita, y Celia Rico lo consigue. El mundo necesita más cineastas como Celia Rico.
Así, quizás sin pretenderlo, Celia Rico sale triunfadora en contar más, con
muchísimo menos. Sin alardes, sin pedanterías baratas, sin giros inesperados, sin querer
dar lecciones. Honestidad, ya digo. Simplemente. Ojalá más artistas así, y menos
gilipolleces de autocomplacencia.
Por Cristian Genovés.
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